Viajar a Micenas

Homero la llamaba la "rica en oro", y era cier­to. Era riquísima, como Heinrich Schliemann pudo comprobar cuando inició las excavaciones en 1876.

Pero la mítica Micenas era también una ciudad en la que la sangre corría con la misma prodigalidad que el dorado metal sangre vertida por Aireo cuando asesino a doce de los hijos de su hermano y se los sirvió estofados en un banquete. O por Agamenón, cuando sacrificó a su hija Ifigenia para poder  partir a la conquista de Tro­ya.

La épica y el mito en Micenas

Es imposible sustraerse a la bárbara y épica fuer­za del mito cuando se llega a Micenas. La propia escenografía del lugar lo impide; un paraje árido e inhóspito, el de la llanura de la Argólida, en el Peloponeso, que sugiere la presencia de gente indómita.

La Puerta de los leones

Pero eso es nada cuando se encara la subida a la acrópolis y se topa con la puerta de los Leones, todo es colosal en ella: construida hacia 1350-1250 a.C, en el momento de mayor esplendor de la urbe y no mucho antes de que sucumbiera misteriosamente, es una estructura ciclópea que cuenta con un arqui­trabe de veinte toneladas, sobre el que se levanta el relieve de los dos felinos enfrentados que le da nom­bre. Todo un símbolo del carácter de sus habitantes, que hoy como ayer sobrecoge el ánimo del viajero.

La Acrópolis

Adentrándose por el dintel, se accede a la acrópolis. Las guerras, el tiempo y la naturaleza han reducido el conjunto a un amasijo de piedras, pero cada una de ellas conserva intacto el poder evocador de aquel pasado legendario. A mano derecha se abre un do­ble círculo pétreo. Hoy es sólo eso, pero allí Schliemann halló invioladas las fabulosas tumbas que su imaginación romántica atribuyó a Agamenón y los suyos, y cuyas máscaras y ajuares de oro se exhiben en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas.

Ya en la acrópolis, descubrimos un nuevo ejemplo del genio de aquellos guerreros, una obra de ingeniería tallada en la roca, que permitía extraer agua de un manantial situado a 500 metros de profundidad y aseguraba su suministro en caso de ase­dio. Vale la pena adentrarse en ella, está iluminada  y el firme es resbaladizo, pero introduciéndose en su interiores fácil que la imaginación vuele hacia aquellos remotos tiempos.
 
El Tesoro de Atreo

No menos asombrosos son los tholoi, unas tumbas situadas extramuros, a cuyo interior se accede tras superar un pasillo que desemboca en una cámara circular coronada por una cúpula. La más famosa es el Tesoro de Atreo, pero están también las de Clitemnestra y Egisto...
 
Nombres de leyenda para un enclave en el que el mito y la historia siguen confundiéndose.

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